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Historias de sostenibilidad

Cómo las grandes marcas están tomando conciencia del impacto medioambiental de la moda.

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Para limpiar una de las industrias más contaminantes del mundo se requiere un replanteamiento total de las cadenas de suministro. Puesto que hoy día esta es una de las mayores prioridades de las principales marcas, los inversores que valoran la sostenibilidad deben seguir de cerca su evolución.

El lago Constanza fue en su momento una de las vías navegables más importantes de Europa. En la frontera entre Suiza, Austria y Alemania, albergó durante siglos una fuerte industria textil, con miles de fábricas.

En noviembre de 1986 se produjo un desastre. Un enorme incendio en un almacén río arriba, cerca de Basilea, causó un vertido de 30 toneladas de productos químicos en el Rin que contaminó las aguas y asoló los ecosistemas locales. [1]

Los residentes de la zona recibieron el aviso de no abandonar sus hogares hasta que las autoridades pudieran determinar el nivel de peligro de contaminación del aire. También se prohibió beber agua del grifo mientras se realizaban pruebas para determinar el grado de contaminación química.

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La explosión también hizo saltar las alarmas de la comunidad internacional, ya que el desastre de Schweizerhalle (como se le vino a denominar) tuvo lugar solo tres meses después del suceso de Chernóbil, comúnmente considerado el accidente nuclear más catastrófico de la historia reciente.

Ante la necesidad urgente de actuar, en Suiza la atención se centró rápidamente en evitar que volviera a producirse una catástrofe medioambiental similar.

Los políticos y miembros destacados de la industria química se reunieron para elaborar iniciativas legislativas en materia de control y uso de productos químicos y de prevención de la contaminación del agua. Se decidió que los mayores contaminantes deberían pagar.

La explosión también hizo saltar las alarmas de la comunidad internacional, ya que el desastre de Schweizerhalle (como se le vino a denominar) tuvo lugar solo tres meses después del suceso de Chernóbil, comúnmente considerado el accidente nuclear más catastrófico de la historia reciente.

Ante la necesidad urgente de actuar, en Suiza la atención se centró rápidamente en evitar que volviera a producirse una catástrofe medioambiental similar.

Los políticos y miembros destacados de la industria química se reunieron para elaborar iniciativas legislativas en materia de control y uso de productos químicos y de prevención de la contaminación del agua. Se decidió que los mayores contaminantes deberían pagar.

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Tintes textiles

El Banco Mundial estima que entre el 17 % y el 20 % de la contaminación industrial del agua procede de los tintes textiles y de los tratamientos de acabado que se dan a los tejidos, lo que a nivel mundial sitúa a este sector en segundo lugar como contaminante del agua potable, solo por detrás de la agricultura. [2] Se han identificado unos 72 productos químicos tóxicos en el agua derivados exclusivamente de los tintes textiles, 30 de los cuales no se pueden extraer.

Como es comprensible, después de su experiencia directa, el Gobierno suizo tenía interés en penalizar a los mayores contaminantes de aguas residuales. Multiplicaron por cinco los costes de tratamiento de las aguas, lo que supuso un duro golpe para la industria textil local.

Las fábricas tenían que adaptarse a este entorno o enfrentarse a la quiebra. Muchos echaron el cierre, no solo por el aumento de los costes, sino también porque los gastos de mano de obra eran significativamente más bajos en los mercados emergentes. Como se persiguió por todo el mundo la confección barata, la lección de Schweizerhalle pasó casi desapercibida. Hasta ahora.

Gracias al auge de la producción en masa, las cadenas de suministro se han vuelto más largas y complejas, con pocos controles sobre los procesos de confección de las prendas en cada etapa y sobre el cumplimiento de controles y salvaguardas regionales.

Todavía no existe una normativa global estricta sobre el uso de productos químicos tóxicos en la industria textil. No obstante, teniendo en cuenta que el sector de la moda está valorado en más de 2,4 billones de dólares y que, comparado con los PIB nacionales, representaría la séptima mayor economía del mundo [3], existe un riesgo considerable de que el problema se dispare.

Las grandes marcas de todos los rincones del sector están tomando conciencia y, consecuentemente, están empezando a reconsiderar sus procesos de fabricación. Y no se trata únicamente de mantener a salvo las reputaciones empresariales, ya que las recompensas comerciales de adoptar prácticas sostenibles desde el momento en el que se siembra el algodón hasta que el cliente sale de la tienda son difíciles de ignorar. Un estudio internacional encargado por Unilever en 2017 reveló que más de uno de cada cinco encuestados (21 %) [4] aseguró que elegiría activamente marcas que indicaran claramente sus credenciales de sostenibilidad en embalajes y comunicaciones de marketing.

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Algo más que un elemento deseable

Con solo este dato, el gigante multinacional de bienes de consumo calculó que hay una oportunidad de negocio potencial todavía sin explotar de 966 000 millones de euros, de un mercado total de bienes sostenibles de 2,5 billones de euros. [5]

Unilever señaló que el estudio reveló una «oportunidad sin precedentes» para las empresas que sirvan a estos consumidores con mayor concienciación social y ambiental.

Refiriéndose a la publicación del informe, Keith Weed, director de marketing y comunicaciones de Unilever, afirmó: «Este estudio confirma que la sostenibilidad no es un elemento deseable para las empresas. Lo cierto es que se ha vuelto obligatorio».

Y añadió: «Para tener éxito a escala mundial y, en especial, en las economías emergentes de Asia, África y Latinoamérica, las marcas deben ir más allá de las áreas tradicionales de atención, como el rendimiento y la asequibilidad del producto. Deben actuar con rapidez para demostrar sus credenciales sociales y medioambientales y hacer saber a los consumidores que son dignas de confianza en relación con el futuro del planeta y de sus comunidades, además de sus propias cuentas de resultados».

De vuelta en Suiza, si hay alguien que tiene perfectamente clara la obligación financiera de limpiar el sector de la moda es Jill Dumain. Durante sus 30 años de carrera profesional en Patagonia, la empresa de ropa de ocio al aire libre con sede en California, ayudó a desarrollar un enfoque sostenible de la gestión de la cadena de suministro de la empresa, estableciendo una colaboración estratégica con la empresa suiza Bluesign Technologies.

La aportación de Bluesign Technologies demostró ser muy valiosa gracias a la experiencia en la gestión segura de productos químicos que había acumulado a consecuencia del desastre de Schweizerhalle.

Grandes marcas como Adidas, Nike y Puma recurren a Dumain, que ahora reside en St. Gallen y es consejera delegada de la empresa, para que les ayude a erradicar de sus productos las sustancias nocivas.

Vea nuestra serie de minidocumentales y descubrirá cómo los gigantes del sector están aprendiendo a suministrar lo que desea comprar una clientela cada vez más concienciada en lo social y medioambiental.

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