Los veranos sofocantes están obligando a las ciudades europeas a buscar formas más inteligentes de gestionar sus recursos. Un buen ejemplo es Barcelona, donde la sequía ha generado una completa reinvención de los servicios urbanos.
El monumento a Cristóbal Colón que se alza ante el puerto de Barcelona es un recordatorio de la capacidad histórica de esta ciudad para hacer las cosas de una forma distinta. Colón estaba convencido de la existencia de una ruta más rápida para el comercio de especias con Asia. Varios monarcas rechazaron sus planes, hasta que los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, se prestaron a financiar su expedición hacia el oeste en busca de una ruta alternativa.
Por supuesto, Colón no llegó a Asia, pero en cambio descubrió América, lo que no se puede deducir de la estatua, que por alguna misteriosa razón señala hacia Libia. Dejando a un lado el sentido de la orientación, esta ciudad tiene una cosa clara y es que quiere avanzar. Sirva de ejemplo su respuesta a la recesión de la década de 1980. La industria manufacturera tradicional de Barcelona estaba al borde del colapso, el nivel de desempleo era muy elevado y era necesario llevar a cabo cambios drásticos.
A esto cabe añadir que hacía cinco años que había fallecido Francisco Franco, el dictador que había gobernado la nación durante cuatro décadas, y era evidente que existía una oportunidad única para remodelar significativamente el panorama político, económico y social del país. Valiéndose de su posición como centro industrial, las autoridades públicas de Barcelona aprovecharon la oportunidad para transformar la ciudad. Desde el primer momento, tenían el convencimiento de que las competencias tecnológicas
Cambio climático
Lo que no previeron fue el profundo efecto que el cambio climático tendría en la vida cotidiana de la ciudad. En 2008, mientras se extendía la crisis financiera, Barcelona también se enfrentaba a una crisis hídrica. Ese verano fue el más seco jamás registrado en España y los embalses estaban a un nivel tan bajo que la ciudad se vio obligada a importar agua potable de Francia.
Al año siguiente se abrió una planta desalinizadora [1], la mayor de Europa, para aliviar la escasez crónica de agua, mediante el suministro de un 20 % de la demanda de agua potable de la zona. Paralelamente se desarrollaron soluciones tecnológicas con el fin de mejorar la gestión no solo del suministro de agua, sino también de la energía y los residuos. En este sentido, las infraestructuras creadas para la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 fueron un factor decisivo.
Para los preparativos de los Juegos, se tendieron 500 kilómetros [2] de cable de fibra óptica, conectando a Internet todos los rincones de la ciudad, un elemento fundamental para su transformación. De este modo se estableció una plataforma sobre la que diseñar los servicios urbanos y, posteriormente, supervisarlos, evaluarlos y mejorarlos. Mediante el uso de sensores y análisis de datos, junto con la conexión al Internet de las cosas, las entidades públicas, los ciudadanos y las empresas hoy pueden tomar decisiones fundamentadas sobre la gestión de los recursos.
Ciudad inteligente
Para reforzar estas iniciativas, el Gobierno tomó la decisión de transformar el distrito de fábricas textiles abandonadas en un centro tecnológico llamado @22, que actualmente alberga docenas de empresas emergentes. Aquí, la colaboración entre las instituciones públicas, la empresa privada y los ciudadanos ha contribuido a promover nuevas aplicaciones en el Internet de las cosas. Por ejemplo, unos sensores miden el nivel de residuos que hay en cada contenedor, lo que hace posible vaciarlos únicamente cuando están llenos. Los sensores de estacionamiento guían a los conductores, mediante una aplicación móvil, a las plazas libres, lo que les evita dar vueltas innecesarias.
Y en lo que se refiere al agua, ahora es posible predecir con exactitud la evacuación del agua de lluvia, lo que aumenta la eficiencia, mejora la conservación y reduce el riesgo de sequía. En lugar de horquillas y rastrillos, hoy los jardineros y otras personas que trabajan en los parques de la ciudad llevan tabletas. Esta nueva herramienta les permite acceder a un sistema digital de gestión del riego diseñado para optimizar el consumo de agua. Ofrece datos de humedad, temperatura, velocidad del viento, luz solar y presión atmosférica en tiempo real, permitiendo a los jardineros decidir cuánta agua necesitan las plantas en función de los datos y adaptar la programación para evitar el exceso de riego. Gracias a esta innovación, el consumo municipal de agua se ha reducido en casi un 25 %.[3] Bienvenidos a la ciudad inteligente.
Lista para el futuro
Según la ONU, a finales de este siglo aproximadamente el 84 % de la población vivirá en ciudades, motivo por el que el modelo de Barcelona está captando la atención internacional. La migración de personas a las ciudades supone una carga para las infraestructuras y recursos existentes, pero en vez de percibirlo como algo negativo, algunas avezadas autoridades públicas de todo el mundo se lo plantean como una oportunidad. De hecho, las ciudades inteligentes representan uno de los sectores con mayor crecimiento en el ámbito mundial, con una cifra de negocio que se prevé que alcance 2,3 billones de dólares en 2024. [4]
Si tenemos en cuenta que una ciudad engloba energía, tecnología, infraestructura y atención sanitaria —y eso solo para empezar—, el potencial de las inversiones transformativas es inmenso. Por si fuera poco, las recompensas no son solamente económicas, ya que si se consigue mejorar la eficiencia de las ciudades, no solo serán unos lugares mejores donde vivir, trabajar, tener hijos y existir, sino que también contribuirán a hacer la sociedad más sostenible al reducir el impacto de los seres humanos en el planeta.
Vea nuestra serie de minidocumentales y descubrirá cómo colaboraron los políticos y las empresas emergentes para superar la crisis en Barcelona y construir una ciudad preparada para el futuro.
Lista para el futuro
Según la ONU, a finales de este siglo aproximadamente el 84 % de la población vivirá en ciudades, motivo por el que el modelo de Barcelona está captando la atención internacional. La migración de personas a las ciudades supone una carga para las infraestructuras y recursos existentes, pero en vez de percibirlo como algo negativo, algunas avezadas autoridades públicas de todo el mundo se lo plantean como una oportunidad. De hecho, las ciudades inteligentes representan uno de los sectores con mayor crecimiento en el ámbito mundial, con una cifra de negocio que se prevé que alcance 2,3 billones de dólares en 2024. [4]
Si tenemos en cuenta que una ciudad engloba energía, tecnología, infraestructura y atención sanitaria —y eso solo para empezar—, el potencial de las inversiones transformativas es inmenso. Por si fuera poco, las recompensas no son solamente económicas, ya que si se consigue mejorar la eficiencia de las ciudades, no solo serán unos lugares mejores donde vivir, trabajar, tener hijos y existir, sino que también contribuirán a hacer la sociedad más sostenible al reducir el impacto de los seres humanos en el planeta.
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